La Reserva Federal de Estados Unidos (la Fed) se encuentra, una vez más, en el centro de la atención mundial. La expectación ante cada una de sus reuniones de política monetaria no es casualidad; las decisiones que se toman en Washington D.C. tienen un eco que resuena en los mercados financieros, en las empresas y en los hogares de todo el planeta.
Ahora, la situación actual es particularmente delicada, marcada por la persistencia de una inflación que, si bien ha moderado su ritmo, sigue por encima del objetivo deseado, mientras que los indicios de una desaceleración económica comienzan a ser más evidentes. La Fed se enfrenta a un verdadero dilema: recortar las tasas de interés o mantenerlas. Ambas opciones son un arma de doble filo, y la elección de una sobre la otra podría tener repercusiones profundas y duraderas, no solo en la economía estadounidense, sino en el resto del mundo.
Quienes defienden la postura de mantener las tasas de interés en su nivel actual argumentan que la batalla contra la inflación no ha terminado. Si bien los precios han dejado de subir al ritmo frenético de hace un tiempo, la amenaza de un resurgimiento inflacionario es real. Un recorte prematuro en las tasas podría ser interpretado por los mercados como una señal de que la Fed ha bajado la guardia.
Esto podría estimular el gasto y la inversión de manera demasiado agresiva, impulsando la demanda y, en consecuencia, empujando los precios al alza de nuevo. El historial de la lucha contra la inflación sugiere que es mucho más difícil revertir una tendencia de precios ascendente una vez que se arraiga en las expectativas de la gente y de las empresas.
Por lo tanto, el camino de la prudencia es el de la paciencia. Mantener las tasas elevadas por un período prolongado permitiría a la Fed asegurarse de que la inflación se consolide en su objetivo a largo plazo, sin arriesgarse a tener que volver a endurecer la política monetaria en el futuro, un escenario que podría ser incluso más perjudicial.
Las consecuencias de un recorte de tasas precipitado podrían ser sentidas más allá de las fronteras estadounidenses
La estabilidad del dólar estadounidense es un pilar fundamental del sistema financiero global. Una relajación de la política monetaria en Estados Unidos podría debilitar el dólar, lo que, si bien podría beneficiar a algunos países al hacer sus exportaciones más competitivas, podría desestabilizar a otros que tienen deudas denominadas en la moneda norteamericana.
Además, una inflación persistente en Estados Unidos podría exportarse al resto del mundo a través de los precios de las materias primas y los bienes comercializados internacionalmente. Esto pondría a otros bancos centrales en una posición complicada, obligándolos a mantener sus propias tasas de interés altas, incluso si sus economías ya están sufriendo.
Por otro lado, existe una fuerte presión para que la Fed comience a recortar las tasas de interés y así evite un posible aterrizaje brusco de la economía. Los efectos de las subidas de tasas, que buscan enfriar la demanda, ya se están sintiendo en sectores sensibles como el de la vivienda y en las empresas que dependen del crédito. El costo del endeudamiento ha aumentado considerablemente, lo que ha desacelerado la inversión y ha puesto a prueba la capacidad de pago de muchas personas y compañías.
Los que abogan por una reducción de las tasas señalan que el principal riesgo ahora no es la inflación, sino una recesión. Un endurecimiento excesivo de la política monetaria podría llevar a la economía estadounidense a una contracción severa, con un aumento del desempleo y una caída en la actividad empresarial.
En un mundo interconectado, una recesión en la mayor economía del planeta tendría un efecto dominó devastador. La demanda global de bienes y servicios se reduciría drásticamente, afectando a las exportaciones de países en desarrollo y desarrollados por igual.
Las cadenas de suministro mundiales se verían interrumpidas, y la confianza de los inversores se desplomaría, desencadenando una salida de capitales de los mercados emergentes. Esto podría generar crisis financieras en países con economías más vulnerables, poniendo en riesgo la estabilidad global.
Además, los recortes de tasas podrían ser un estímulo necesario para revivir la inversión y el crecimiento. Un entorno de tasas más bajas fomentaría el financiamiento de nuevos proyectos, la contratación y la innovación, lo que podría sentar las bases para una recuperación económica sostenible. Para los mercados financieros, una reducción de tasas sería una inyección de optimismo, alentando a los inversores a asumir más riesgos y, en teoría, impulsando el valor de los activos.
La narrativa dominante nos presenta un escenario de extremos: o bien la Fed actúa y salva la economía, o su inacción la condena. Sin embargo, existe un punto de vista que sugiere que el debate sobre el momento exacto del recorte de tasas podría ser menos crucial de lo que se percibe. Este argumento se basa en la idea de que la economía global es lo suficientemente resiliente y diversa como para absorber los shocks de la política monetaria de un solo país, por muy grande que este sea.
Los mercados financieros y los agentes económicos, habiendo anticipado y descontado la posibilidad de un cambio de rumbo de la Fed, podrían no reaccionar con la misma intensidad que en el pasado. Los países han fortalecido sus propios mecanismos de defensa, diversificado sus economías y, en muchos casos, han desarrollado políticas monetarias y fiscales más independientes. Por lo tanto, la tan temida crisis global que podría desencadenarse por una u otra decisión de la Fed podría ser, en realidad, una exageración de la narrativa.
Tal vez el impacto, aunque significativo, no sea tan catastrófico como se proyecta, y la economía mundial, con sus propios motores de crecimiento, continuará su curso, ajustándose a la nueva realidad sin colapsar. En este escenario, el verdadero dilema de la Fed no es el de evitar una catástrofe global, sino el de gestionar con destreza un ajuste económico complejo, pero, en última instancia, manejable.
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